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  • Jos Carpio

¿Qué dirá el mundo cuando se lleven a mi bebé?

Y yo, toda indolente, vea desde la ventana, el cascajo del que están hechas las miradas de esta ciudad. Mientras cepillo mi cabello en la habitación de paredes blancas y acabados de oro que no duran tanto cuando los toco. Se vuelven cemento, se vuelven polvo.


¿Qué dirá la suerte cuando la vida decida que ya no es más su turno de jadear a mi lado? Que los tiempos de lanzar dados sobre obituarios ajenos, son tiempos a los que no se vuelve más.


Digo entonces que hay palabras que me hacen mucho ruido.


Y hay amores que me hacen burla.


Mi bebé siempre se reía de mí cuando fruncía el ceño al hablar de cosas serias. Le valía muy poco el que yo pudiera arrancarle de un mordisco, las veces que pasaba por mis labios rojos, los rezagos de su inocencia.


Ahora dicen las persianas que quizás es hora de dejar que la vida suceda, y no que sea mi bebé quien se despida con uno de esos besos en la frente. Tan ambiguos que no tienen razón ni motivo en mi cabeza. Y yo le creo a lo que digan las persianas, porque son sinceras, porque me hablan, porque creyéndoles, él no me deja.


Cuando el mundo entero,

el mundo entero se lleve a mi bebé,

quizás entonces decida el mundo

que me merezco algo de lástima,

algo de compasión.

¿pero con qué pasión danzaría yo danzas ajenas?

Si la soledad nunca sola me dejó.


Si algo he de decir, es que el segundo piso de esta mansión tiene un asfixiante olor a madera quemada. A madera tibia, a madera cara. Es un olor que se pierde en cada umbral de cada puerta, donde cada noche me quedo esperando su regreso para ver la vida pasar.


Existo, entonces, con un pie adentro, chorreando palabras etéreas que te prometen lo eterno, y el otro pie afuera, donde mi bebé me cuenta historias que me hagan dormir, tan solo para contarle luego historias de amor a alguien más.


¿Qué dirá mi bebé cuando crezca y vea lo que he hecho por él?


Cuando yo sea una fea mancha en su bello lienzo, sobre el que pinta con las más caras de las pinturas. Quise entonces ser el más bello de los colores, y el mundo entero dijo que lo intenté demasiado. Pero cada noche, mi bebé me endiosa, me hace sagrada, y me ruega que sea eterna, mientras sus manos levantan mi cabello.


Sabe bien que por él yo muero.


¿Qué diría el corazón de mi bebé, si yo le dijera que una parte de mí quiere verlo morir?

Si él sabe que luego,

en contra de mi buen juicio,

y a favor de toda religión,

decidiré creer que existe la vida después de la muerte.


Cuando el mundo entero,

el mundo entero se lleve a mi bebé,

¿quién me llevará a mí?







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