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  • Jos Carpio

Texto mapa

Las cosas iniciaron. Iniciaron, pero no sé cuándo. Quizás empezó como suele empezar todo siempre: gradualmente; luego, de repente. Lo dijo Hemingway alguna vez, sobre él o sobre algún personaje del que nunca leí, pero al que siento conocer. Una frase suya que un día, entre caos y recomposiciones propias, me tatué.

Íbamos por el mundo. Hemingway y yo. Dejándonos llenar los vasos de vodka, y las bocas de humo. Pero una vez, también hace mucho, compré un espejo, y cierta noche de julio, siempre a mitad de año cuando me deterioro un poquito, me lo quedé observando, delineando mentalmente el contorno de unas pupilas que dejaron de ser mías.

Me traspasé.

De mi casa a las montañas del norte, y de la tierra árida al frío de la nieve. De un lugar a otro sin cesar, tan continuamente necesario. No se me hizo extraño el cambio. En realidad, desde niña me gustó tener la nariz fría, las mejillas rojas y la respiración caliente, a tal punto en el que me perdía en el humo que salía de mí al hablar, de la misma manera en la que miraba las gotas de lluvias deslizarse por las ventanas del auto, mientras mi madre terminaba de maquillarse en el asiento de al lado. Entre tanto viaje, tal vez por el simple hecho de querer escapar antes de que la vida se me escape, me topé con una guitarra…acústica…amarronada, algo dejada de lado, bastante olvidada, hecha como de tablas viejas, de marcos de cuadros que una vez hace tiempo en algún lugar lejano fueron rojos y sostuvieron el recuerdo de una vida pasada, de Ernest y de África.

¿La veo? Me escondo. De repente, tal vez, si la toco…Piso, piso, piso. Oigo los crujidos de los tablones en el camino.

Está blanco, hace frío.

Está cerca.

Así que la tomo con mucha sensación ajena, e intento recordar alguna canción, alguna letra que escribí hace mucho, pero que no sé cantar, y al intentarlo, justo antes de iniciar, el marco del cuadro me traga y me traslada entre las cuerdas y los trastes hacia las clavijas del mango, y los sonidos se interpolan, y la memoria se me mezcla, y las botellas de alcohol tiradas en el piso de la habitación —ya es año nuevo—se las llevan, me las llevo.

.

.

.

Hablemos de un piano canturreando en el silencio.

Y nada más que la prepotencia o insignificancia en frases vacías, como la nieve alfombrada haciendo gala de sus incapacidades, o las miradas desafiantes hacia sus nuevos proyectos. No hay cosa que me desespere como toda esa esperanza, cual brillantina desparramada, por tantos vestidos bonitos que se usaron una sola vez. Y me escapo de la vida, así ella no se me escapa.

Apaga la cámara.

Enciende la grabadora de voz.

¿Estoy escribiendo si lo que siento, lo hablo? ¿Seguiré viviendo cuando se me acabe la tinta? ¿Cuando los huesos me duelan? ¿Cuando los años que me dieron historias intenten sellarme los labios que llevo tatuados en las manos? Cuando cargar una guitarra me pese y solo me quede apoyar los dedos sobre el piano.

Los finales de las cosas; el inicio de lo que extraño.

Y todo eso me sobrepasa.

Apaga la grabadora de voz.

Re enciende la cámara.

Algunas noches, pareciera haber algo poético en ver cómo la gasa de un entonces vestido caro, se vuelve barata y es arrastrada por el piso del baño cuando son más de las 12. Como si no importara si fuese en el Marriot o en un bar de mala muerte en Alemania. Como si la Inglaterra punk y la era dorada de Hollywood se fusionaran y en esencia no fueran más que el sonido de las mismas 6 cuerdas, esas que se tragan las 7 octavas de teclas blancas y negras para volverse apoteósicas, esas que me resuenan en las espaldas y me recorren desde lo más bajo hasta escaparse…se escapan, se me escapan, y me les escapo, así, aunque ellas se me vayan, podré decir que por ese camino ya no ando.

Pero el marco también me traga para volverme a escupir diez veces más hasta hacerme parte de esas memorias tempranas, que se cuelgan en la pared un minuto y se olvidan al siguiente segundo.

Apaga

Enciende

No, apaga

Dije enciende

¿Al menos me darán tiempo para arreglarme? Como si entre tanto olvido, no me alcanzara un poco de tiempo para la vanidad.

¿Bastará para aprenderme los sabores de los vinos? Para entender la diferencia entre un merlot, un malbec, un cabernet sauvignon, para pretender un poco de clase, así sea aferrándome a la ingenuidad.

Querré escapar antes del último sorbo, antes de llegar al final, incluso si fueron cuatro o seis las bodas, las bocas, las copas, que me zampé en una madrugada en la que por orgullo y arrogancia no tuve con quién regresar a casa.

Pero las cosas iniciaron, iniciaron en algún momento.

En algún cuarto barato,

en algún taxi violento,

en el 97, en un año previo,

en bailes de blanco y negro que ahora

se danzan a color, en tazas que giran y giran

y se detienen en bares del centro

Que enciendas

Que apagues

La cámara, préndela.

en algún texto violento

de palabras que nunca salieron

de rojo, de rojo, de rojo, de negro

¿Le doy play? ¿Dónde aprieto para que grabe?

No sé de vino, ni de merlot, ni de malbec

Solo entiendo del vino dulce y del vino seco

Y dicen que no es tan fino el dulce, pero qué horrible el resto

la cerveza es confiable en los bares del centro

en los taxis que me cobran casi medio sueldo,

cuando es de madrugada y me toca volver a casa

sola, sola,

en las ciudades que no son más

que gente apabullante y nostalgias que danzan

en medio de mi cabeza, cada vez que algo

me sale bien y me siento cómoda

en la ciudad que me vio nacer

pero de la que no me siento parte,

Ojalá pueda pedirle a mi abuela que antes que muera

me escriba todos sus consejos,

ojalá que pueda verme alguna vez triunfando en el arte,

que me deje la receta de sus fideos y sus boleros sonando

que me amarre el pelo y me llene de aplausos,

que me prepare su sopa de garbanzos o su ajiaco

o la hamburguesa con arroz que remojaba en la sopa

y me la daba en la boca cuando era niña y estaba enferma

ojalá de estos y ojalá de tantos

ojalá el amor me sea suficiente como para durarme toda la vida

¡qué va!

cuántos ojalás tengo enrollados en el cuello

Se apaga

Préndela y graba

Una noche me dijeron que era rara la forma de mi cráneo

pero me lo dijo alguien al que se le hacían raras las palabras como

“cenar”, “cabello”, “suscitar”, what the fuck...

Bueno, decía algo de la nieve que se me hunde entre los dedos,

estaba hablando de las botellas de año nuevo y

del dolor que viene del entendimiento

de que el amor duele más cuando termina bien,

porque hubo una vez en la que yo…

Apaga todo,

no cuentes eso.

Apágal…¡no!

Una vez fue casualidad,

dos fueron una sorpresa,

tres fueron las noches que no dormí, pensando en que no sucedería de nuevo…

…y quedaría esperando el siguiente comienzo, a piernas cruzadas y a solas en el paradero…de día, de noche, siempre en silencio, dejando que la vida se me escape…

Está bien, confieso. Me gusta pensar en el tiempo, pero detesto entender lo que eso significa. Un viaje en el bus con el asiento que da a la ventana. Un viaje en el bus por carreteras rústicas, que de alguna manera logran cruzar los Andes y cada una de las tantas montañas que me incitan a saltar.

¿Qué hay de las personas que siempre se nos cruzan? ¿Qué hay de los ojos que vemos, de los que no volvemos a saber más? El bus que siempre gira y gira en el óvalo de la misma gran ciudad hasta que de pronto un día decide escapar y sigue y suben y bajan. Sí sabes que a veces, el maquillaje no aguanta, y el peinado nunca regresa igual. Si ves hacia los lados, aunque veas a otros, te terminas viendo a ti.

Se apaga.

.

.

.

.

Ojos cerrados, sala vacía. Una mujer que mira hacia la cámara, con el delineado largo, un peinado similar al de Greta Garbo, y el labial que se sabe rojo, aun cuando está en blanco y negro. No sabía bien de dónde le venían esas ganas insólitas por reírse o llorar, o servirse otra copa de vino sin importar manchar la falda blanca. En las revistas dicen que de vez en cuando le gusta escribir de desamor mientras escucha a Frank Sinatra, que le gusta fingir amores largos y engañar…engañar…hacerles creer a todos que son el amor de su vida y luego escapar, antes de que el amor se escape de ella, de ellos, del viejo y del mar.

Por favor...apaga la grabadora.

Enciende la cámara.

Me subo al bus.

La radio pasa, y pasa, y pasa, y yo me sostengo fuerte y avanzo un poco más allá, y me escapo de la noche, antes de que la noche se me vuelva a escapar.

Apágalo todo

-Enciende la luz-

Creo que hubo alguien aquí…hace mucho…tampoco pudo, pero bueno, al menos lo intentó. Porque dentro del torpe intento, hubo palabras, oraciones, cuentos y mil trabalenguas añejas que imposible que se escribieran por sí solas en todo este acá. Y dan vueltas sobre aquel juramento que casi nunca puedo romper. Tú sabes que me quiero, y no es que cuando hable de amor hable de alguien, a veces solo basta con que me detenga en el espejo (sí, ese que compré hace un tiempo, en el que me suelo ver sobre todo en las noches de julio, cuando ya sabes, me deterioro un poquito) y me repita la misma cantaleta de siempre aunque haya una guitarra sonando, un marco roto, y un nombre que, desgraciadamente, algunas veces, siempre me cruza la mente: no te amo, pero siempre lo haré.

Entonces me escapo, porque escapar antes de que la vida se me escape fue lo que juré.


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