Creo que soy un otoño doble C. Eso quiere decir, constante y contemporáneo. Constante porque nunca me decido; ando indefinida queriendo ser siempre ese rayo de sol sobre la montaña, que te calienta un ratitito para luego desaparecer. La realidad es que soy fría, tengo la temperatura de un muerto. Y mis nubes de invierno se ven a lo lejos, pasando el atardecer naranja que distrae la mirada. Soy una estafa. Luego, está lo de contemporánea, que no es más que mi imparable esfuerzo por aferrarme a ser verano en esta tierra antártica. Puede que me salga...y soy feliz cuando me sale...pero me agoto. Empiezo a cansarme, entonces caigo...con la primera lluvia de otoño. De pronto, te das cuenta de que el sol no sale más.
Y te gusta.
Porque es novedad.
¿Qué es el otoño cuando no le queda hojas por tirar? Cuando todos los tristes de la ciudad ya hayan llorado lo que tenían que llorar, y ahora solo vean sus reflejos ojerosos en las lunas del bus que los lleva de la casa al trabajo y del trabajo a la casa.
O, en todo caso, ¿qué es el otoño cuando no tienes tiempo libre para observarlo? Porque me dijeron un día, en una boda, que hay decadencias que son dignas de mirar.
Yo soy un otoño de árbol pelado.
Solo eso.
Sin hojas naranjas.
Mi tierra se da de manera paralela a la de las películas, y yo soy un suceso perpendicular, que toma lo que tiene para desperdiciarlo en lo que quisiera ser.
Soy una cerveza fría que se calentó por tanta cháchara en medio de alguna plaza.
¿Ya sabes qué harás para Navidad? No, todavía falta. ¿Qué hablas? Si no falta nada. ¿Cómo que no? Si aún es marzo. ¿Marzo? Es octubre. Aguanta, acá las hojas caen temprano.
Ni siquiera pertenece a su momento.
Constante.
Contemporáneo.
Cohesivo.
Corrupto.
Corrosivo.
Condicionado.
Conflictivo.
Confiado.
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