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  • Jos Carpio

Noches de verano

Noches de verano, así les dicen. Noches de verano de fiestas en el sur y personas caras en vestidos claros que bailan alrededor de una fogata sobre la arena. Las noches de cielos oscuros y copas de Dom Pérignon que resuenan en estruendosos brindis a mitad de la celebración. Noches de verano blancas a las que no pertenecemos.


Ni tú.


Ni yo.


Hubo un tiempo, hace un par de historias atrás, en el que las noches de verano vestían los colores del vaporwave, y las carreteras se recorrían con un casette de electropop a medianoche. Entres destellos azules y flashes de improvisto.


Para mí, ahora entre recuerdos que me obligo a despertar, esas noches de verano son las noches perfectas para escapar, con la consciencia bien puesta en que no sabes ni siquiera a dónde vas realmente.


Y así fue.


Esa noche, de un impulso, tomaste las llaves del auto para montarte en él con una determinación que parecía ser más un llamado del destino que una elección de propia voluntad. Ventanas abajo, carreteras rosadas. Te diriges adonde sea que la vida te depare, o adonde sea que sople ese viento super denso de este recordado estío. ¿La música? Sublime. Sonríes porque te das cuenta de que al fin puedes hacer sonar esa playlist que armaste para momentos como estos: los días de escape en la ciudad, tan palpables en un minuto sobre el aire.


Entonces así se siente la experiencia completa, ¿eh? The Midnight sonando de fondo mientras te abres paso entre todo este gentío que se adueña de sus pistas asfaltadas y sus semáforos iridiscentes. Rodeado de otros cómplices nocturnos, ocupando sus propios automóviles, huyendo a sus refugios personales. Cada uno vibrando en diferente color. Cada uno sonando como una canción de electro pop distinta. Las noches de verano son de color neón, de trazos que dibujan una carretera junto al mar y un viejo Nissan. Es de los paisajes de fondo: chicos entrando y saliendo de clubes nocturnos, anhelando cariño con cada respiro. Pero tú...tú no te desvías del camino.


Verás, te lo vuelvo a recordar, siempre has dicho que lo último que te importa es el destino. Que eso de tener la vista puesta en un objetivo es una mentira que te dejó de engañar hace muchas señalizaciones atrás. Por eso, cuando el primer atisbo de coraje se te sobrevino, lo sujetaste desde muy adentro y llenaste el tanque en la gasolinera. ¡A tope! Porque por qué no. Tu alma sabía lo que acontecía, así que tomaste las bolsas de dinero, tus mejores ropas y te metiste de golpe a un carro chancado que, apenas fue encendido, rugió por su última gran aventura, como quien guarda su último aliento de vida para confesar la más indecente de sus faltas.


Entonces te vas mientras intentas armar tu propia ruta. El clásico sándwich en la mano; en la otra, el cigarro medio apagado. La mirada perdida en el espejo, observando la revelación de toda una vida reviviéndose sobre una solitaria pista. ¡Y grita! Deja las marcas de los años pasados, la primera guitarra que te compraron, el primer beso debajo del aro de basketball en la primaria, las bromas con los amigos de la secundaria, el corazón roto que siguió ardiendo con más fuerza en tu vida universitaria, los contrastes, los acordes, las corbatas y los tenis rotos. Los colores que pintan de más no tienen cabida en los coches de huida. Y lo que pasó, tenía que pasar.


Ahora embriagas tu espíritu con tragos de amor y perdón, porque si hay algo que te enseñaron los agravios y las rasgaduras, es que nadie pierde y nadie gana. La historia siempre se repite hasta volver a empezar. E incluso con tanto peso, hete aquí, a gritos y a puño limpio, luchando por encontrar otro final. ¿Hay siquiera alguno que sea digno para ti? Mientras te convences de que lo mismo no puede ser lo único que exista, ¿qué tal si le damos un nuevo vistazo a esta noche de estrellas pintadas en el timón?


Las preguntas se acercan al doblar la esquina. ¿Quiénes vienen ahora a tu cabeza? ¿Qué ves más allá de las luces de emergencia? Su mano descansa sobre tu pierna. Volteas a verla. Duerme a tu lado, y su cabello castaño cae sobre las líneas de su rostro perfilado. Así es como se ve la confianza: ella durmiendo plácidamente en el asiento del copiloto, incluso sabiendo que tú no tienes ni puta idea de adónde estás yendo. Pero qué importa, al menos sabes adónde no quieres llegar.


Estruja su vida en tus manos, y los recuerdos que vienen con ella. Las despedidas de solteros de sus amigos de la universidad, las graduaciones familiares entre cervezas y almuerzos inacabables. Desaparécelo todo en menos de un segundo, como si no tuviera ninguna relevancia, cuando tus ojos se encuentren con los suyos. Lejos de ensoñaciones, aún muy lejos de la luz del día, los sintetizadores pintan el interior de tu coche en sus colores favoritos. Porque tu existencia de pronto grita que es solo por ella y para ella.


No lo dices, pero lo veo ahora...cómo intentas retener con la mirada esta situación tan etérea, tan volátil. La anécdota que un día contarás, protagonizada por un viejo amor y tus latentes deseos de escapar, y su voz...su voz entonando una canción a tu lado como si fuese una tonta película de los años 80.


¿Aún recuerdas por qué querías escapar?


Los viajes de nuestras vidas,

los miedos de nuestras madres,

canciones de cuna que nos cantaron de niños,

toques indebidos a los 15 años,

graduaciones que tuvimos en medio de ansiedades,

cielos azules,

estrellas blancas,

carreteras moradas en fosforescentes llantas.

Un reino tuyo que se deja gobernar,

el mundo entero,

la infinidad de momentos precisos,

la complejidad de los momentos perdidos,

los buenos besos

y las buenas caladas a los buenos cigarros,

el camión de tu viejo,

las sábanas que usabas de niño,

y las confesiones de que lo que soy ahora no es un ápice de lo que fui.


Oh, esas noches de Dom Pérignon...


Entonces estábamos hablando de las noches de verano, ¿cierto? Como la noche en la que nos conocimos, como la noche en la que nos separamos; pero sobre todo, para mí, como la noche en la que dormía mientras acariciabas mi mano, encendías la radio y mi vida de pronto parecía más tuya que mía. Esas viejas, tiernas, que duelen tanto, noches de verano.




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