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  • Jos Carpio

Las notas que faltaron

Me sentía como un forastero entre tantas sombras negras que se ocultaban detrás de mi espalda y que, en el momento menos indicado, me ceñían en sus mantos de soledad. Aunque eso era antes. Antes de que cayera en la confusión y en el rechazo de su parte.


A decir verdad, siempre había tenido en cuenta el hecho de que yo solo era un chico ignorante y pobre a su lado, pero lo profundo de mi ser, aguardaba una esperanza significativa. Yo no poseía una gran cantidad de dinero, ni de estudios como ella. Únicamente contaba con mi fracasada carrera como compositor de ópera. Nunca se me pasó por la cabeza la idea de que a ella le importara tanto mi pasión por la música, ya que, al igual que yo, la llevaba consigo.


Pero siempre me equivoco.


Su nombre retumbaba en las paredes oscuras de mi habitación mientras bebía de mi botella de whisky barato.


“Jenny”, me susurraban los espectros oscuros con rostros borrosos que lograban entrar a través de la pequeña falla de la persiana que cubría esa única ventana hecha en la habitación y que, por cierto, se encontraba empolvada.


Miré a mi alrededor una vez más.


Mis olvidadas partituras se encontraban desperdigadas por todo el suelo de piso barnizado, algunos de los muebles estaban acomodados en sus lugares mientras otros habían sido volteados o rotos…Y la única cosa que se mantenía en su lugar, era mi bello piano negro con teclas albinas de marfil, por las cuales se deslizaron mis dedos miles de veces para intentar crear música, inspirándome en los sentimientos más profundos de amor que sentía por ella. Pero de nada habían valido mis emociones o intenciones, si al regresar a la realidad, ella no las quería.


Bebí otro par de sorbos del pico de la botella y limpié mis labios con la palma de mi mano de una manera brusca, para luego dejarme caer al suelo con la espalda apoyada en la pared fría. Entonces lloré como un niño mientras sus recuerdos fluían en mi cabeza sin contenerse.


Jenny riendo, Jenny enojada, Jenny agotada, Jenny llorando, Jenny con miedo, y Jenny siendo golpeada por mí.


Me levanté del suelo, determinado a darle fin a mi existencia junto al amor de mi vida. Sentí el suelo temblar y moverse con movimientos de vaivén. Aunque casi perdí el equilibrio, logré mantenerme de pie y me dirigí hacia el cuarto que compartía con Jenny.


Las lágrimas se desbordaban de mis ojos con desesperación y caían por sobre mis mejillas como un torrente peligroso. Constantemente perdía la visión, entonces me reconfortaba a mí mismo al saber que pronto todo iba a terminar.


Abrí la puerta de la habitación con cuidado, aun así choqué con algunas cosas tiradas sobre el piso. Y fue cuando volví a verla, a ella, a mi Jenny recostada sobre la cama. Ella estaba aterradoramente pálida, y las sábanas blancas de algodón cubrían parte de su desnudez, dejando a la vista desde su cintura descubierta hasta su cabeza. Tan perfecta como solo ella lograba serlo.


Me acerqué con cuidado, desprendiendo aún agrias lágrimas de dolor. Mis manos ya no me obedecían del todo y mi cabeza comenzaba a arder como mil infiernos. Tomé una profunda bocanada de aire y me senté a su lado, dibujando con mi dedo una línea imaginaria desde sus párpados hasta su cuello, deteniéndome en el nacimiento de su pecho derecho.


Fue ahí que lloré amargamente sintiendo lo helado de su piel.


—Si tan solo hubieras dicho que sí… —dije, entre mi pena y rabia, mientras su rechazo se repetía en mi memoria.


No podía soportar más la tortura que me acometía. Desprendí el afilado y ensangrentado cuchillo de su seno, el que yo mismo había apuñalado, y lo introduje en mi oreja izquierda, recibiendo por último el agradable sonido de la risa de mi amada Jenny y el de las teclas de mi piano. Y como si fuese predestinado, pude escuchar las notas que me faltaban para mi primera composición.



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