Imagíname en la nieve con el cielo límpido. El rostro pálido, los dedos entumecidos. Di que es mediodía, que no hay gente alrededor. Y el viento, para ser invierno, se siente suave, o como dirías tú: apacible. Quizá sea porque no solo debes imaginarme en la nieve, sino también vistiendo un abrigo grande color gris, un pantalón oscuro, y esos botines horribles que jamás me verías usar de estar hablando de la vida real. Pero hace frío, aquí en medio de tanto vacío que llega a cubrir una bufanda a rayas. ¡Sí, ya sé! Mi cara se ve mucho más redonda con ese gorro de lana, pero qué importa. Me estoy helando aquí afuera.
Imagina los árboles sobreviviendo a las continuas heladas. Algunos resisten sin inmutarse; otros, se destruyen de un plumazo por el frío del aire. Ahora, hablando de justo ahora, los árboles que debes imaginar no han sufrido demasiados cambios; son espectadores perennes de los sucesivos inviernos que con tanta impotencia, solo llegaron a cambiar ligeramente el color de su follaje.
Oye, imagíname en Quebec, aunque nunca haya estado ahí. Mi casi metro sesenta de estatura perdiéndose entre los pinos y los árboles de arce, si es que pueden convivir juntos. Algunos de ellos han perdido sus hojas, y entre sus ramas se recargan pequeños montones de nieve, emanando una sensación de cuento de hadas. Ya te imaginarás, que estoy como niña en Disneyland.
Imagíname perdida en lo níveo del paisaje, caminando con las manos en los bolsillos y los hombros encogidos. Mucho más pálida de lo normal. Usualmente ignoran el calor del frío, ¿sabes? Pero este...este me está quemando la piel. La punta de mi nariz podría congelarte, si en caso la tocaras. Nunca había estado tan gélida. Y me sirve, para abrirme paso entre los troncos, sin saber adónde ir con exactitud, aunque mi yo de Quebec sabe perfectamente adónde se dirige.
¿Te cuento algo? Hay un cierto encanto en ver cómo la luz del sol pinta de amarillo lo blanco de la nieve, como si le dijera "no, aquí no; tú fuiste hace un segundo, ahora entro yo". La laguna se ha congelado, sin embargo; y todo lo que sucedía en su profundidad, quedó paralizado en el tiempo, esperando con resignación su momento por recobrar la vida. Mientras, sigo avanzando, pisando fuerte sobre todo ese espectáculo contenido como si yo tuviera mayor importancia. Como si yo no mereciera estar pausada.
Imagina el sendero del bosque cubierto por granizo. Los pasos que alguna vez se marcaron, ya no están. Quizá no necesito esa complicidad de la vida ahora. Yo que me llevo bien con los secretos, lo único que anhelo es que mis huellas se queden marcadas adonde vaya. Por mucho tiempo he cubierto mis pasos. Creo que ahora quiero que me encuentren. Estoy tirando migajas de pan. Oye...el invierno, al igual que yo, no durará para siempre.
Si aún puedes imaginarme, imagíname sin rencor, imagíname en Quebec.
Aún soy joven en este sueño, y mi flexibilidad se asemeja más a la del agua que al de una roca. Me amalgamo con las circunstancias. Escucho a los árboles respirar en su quietud. Me he convertido en el viento, he retenido el calor en el cuerpo. Y aquí, entre ensoñaciones y murmureos, me vuelvo consciente del anidamiento del microcosmos...todo mientras permanezco...solo permanezco...en un solo lugar.
De pie, en frente de un cabaña, la madera me llama como siempre lo ha hecho. El cuenco con hojas secas reposa en el barandal que tiene marcado los recuerdos de hace unos 5 inviernos en el páramo del que escapé. La ortiga en el alféizar...
¿Debería entrar?
Imagíname en la puerta de pie, aterida. Sé qué me espera en el interior: el calor de la leña quemándose en la chimenea, el olor del café recién preparado, la risa de mi madre, el pelaje de mi perro, la historia de mi vida; no sé cuál me abriga más. Pero no entro...no aún. Estoy detenida afuera, perdida en un momento en el tiempo. Congelada como los peces de la laguna. He perdido mucho en el camino, ¿lo sabes? Mis armas fueron robadas en el verano, y en el otoño se llevaron los pasteles que dejé en el reposo de la ventana. Ya ni sé cómo escribir bien, no reconozco estas palabras a las que una vez llamaron talento. Ahora solo es presunción.
Imagíname rehusándome a tomar lo que es mío, por miedo a que me lo arrebaten nuevamente. El desfile después de las guerras entre árboles sin ramas, siempre el más complicado, siempre el más arraigado, es el camino a casa. Pero no hay mal que por bien no venga, lo que me quedaba de sangre me lo acabé a la hora del té.
Ahora, cínica y descarada, pálida por algo más que el simple clima que golpea el camino, entro a mi hogar, y esta vez, sin intención de salir a recorrer lo que me queda por recorrer. Que no me impacienten. Seguramente me podrá esperar, lo que sea que haya más allá. Hoy, solo hoy y solo un segundo, en contra del buen juicio, quiero quedarme un rato más.
Veamos otra vez...Imagíname en la nieve con el cielo límpido. Dejo de caminar. Respiro. El frío me quema los pulmones, me hace sentir viva. Inhalo recuerdos de un otoño resplandeciendo en dorado, y exhalo el polen de la primavera que me roza los pies.
Le rehuí tantas veces al invierno, que me perdí el amanecer, pero esta noche...
Esta noche colgaré el abrigo en el cordel.
Mañana dejaré que el sol pinte los espacios en blanco que aún me quedan; después de todo, este libro aún no se llena.
Está lejos de hacerlo.
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