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  • Jos Carpio

Frío de enero

Alguien me dijo una vez que no hay más de lo que se ve y que no debe pedirse más de lo que se tiene, y yo le respondí que me parecía una estupidez, que a mí lo que se tiene no me alcanza.

Tomé el jersey a rayas que dejó de quedarle a mi madre hace años, las botas marrones que mi prima ya no quiso más, el libro viejo, amarillo, olvidado que hace mucho un abuelo de la familia compró y lo dejó en el librero para ver la vida pasar, y me fui.

Dejé el lugar donde los estos y aquellos rebanaban mi ambición.

Otro día, otro alguien me dijo que el amor se recibe como viene, que cada uno da de lo que tiene y que hay que saber aceptarlo, y yo le dije que se vaya al diablo, que lo que se tiene no me alcanza ni para comprarme un pan que pueda alimentarme más que el supuesto amor de tantos.

Se me rio en la cara y me advirtió en voz alta que lo que al cielo escupa, a la cara me cae, y que me faltaba humildad, y un poco de dolor.

¿Más dolor que cuál? ¿Que el de sentirme como si fuese una estación constante en busca de sincronizarse con las estaciones del año? ¿Más dolor que el de sentirme incendiada en el verano, congelada en el invierno? Quizá se refería a que tenía que dejarme arrancar el corazón, pero ese otro alguien en ese otro día no sabía que el corazón ya me lo había arrancado yo misma; para ser capaz de decir tanto en invierno como en verano, que aunque se haya ido, no lo extraño.

Y cuando el frío se haya vuelto más frío, y el calor se haya vuelto más caliente, daré vueltas en lo mismo tratando de reencontrar eso que ya a nada se parece. Me enredaré en sábanas que no me corresponden, y trataré de agarrar las manos del hombre que tenga al lado mientras piense en lo que me gustaba del amor al que dejé de amar, y que tomó el tren de la mañana para no volver más, y menos para volver a verme.

Regalaré el viejo jersey de mamá.

Compraré una botas nuevas.

Y escribiré historias que el abuelo de alguien más dejará en su librero para que solo vea la vida pasar.

Me parece justo decir que entre los pliegues del olvido, cuando se me dé por recordar algo, siempre podré limpiarme la cara cada que me dé por escupir al cielo, y gritarle a todos y a tantos que lo que se tiene no me alcanza.

Que yo

siempre

quiero

más.


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