Me gusta irme y me gusta volver.
Aunque a veces vuelvo a lo que se fue, sin ir a lo que se viene.
Escribo enredado.
Escribo simple.
Me gusta lo fluorescente y me gusta el pastel.
Pretendo saber qué es lo que quiero,
pretendo ser interesante
cuando me siento en alguna cafetería barranquina,
vistiendo algún abrigo de segunda que mi viejo odia,
mientras hago como que escribo algo importante sobre cualquier papel que tenga en la cartera.
Si soy vanidosa, me permito escribir sobre alguna servilleta.
Me gusta el verano y me gusta el invierno.
Compro ropa llamativa, que resalta, como si alguna vez me la fuese poner.
Pasa que a veces soy más complejo que persona,
y otros días soy una diosa extraviada
que desea
que espera
que dura
perdura
Y hablando de perdurar...
Me gustan los amores que se recuerdan, de los que puedo escribir,
aunque claro, una con otra: esos nunca se quedan.
Solo me dan las mejores ideas para las mejores novelas,
y de nada sirve, porque cuando se van, me dejan seca, me dejan sin vida, sin fuerza.
¿Y qué hago?
Me gusta mi vida.
Me gusta vivirla.
Quiero morir...
Quiero desaparecer.
Me gusta irme y nunca volver.
Escaparme entre las nubes, arriba en las montañas,
donde el aire corre tan fuerte que no puedo ni respirar.
Es que así no hay forma de que piense en algo más.
Me gusta usar falda hasta que se levanta.
Me gusta el rojo hasta que me cansa.
Me gusta la tierra hasta que la arrastro a mi habitación.
Me gusta escribir hasta que tengo que hacerlo, entonces lo odio.
Me gusto yo hasta que luego no.
Me gusta todo hasta que no me gusta más.
¡Así que lo dejo!
Y soy libre por un momento.
Arriba.
En la luz.
En el silencio.
Donde no hay poemas ni textos que escribir,
incluso donde la música no llega.
Donde a veces parece que el arte está de más.
O donde resulta que el arte es el lugar en el que estás y ya.
Me gusta decir que me voy y luego quedarme.
Aunque a veces de verdad sí me voy.
Escribo feo.
Escribo largo.
Sin sentido.
¿Y cuál es el sentido entonces de no ser de nadie?
Me confundo, no entiendo.
No quiero entender.
Armé todo un berrinche porque quería algo saturado, algo de color,
ahora quiero lo simple.
Las paredes blancas y los manteles de lino sobre la mesa.
La taza de café sobre algún silloncito en el balcón que da hacia la calle,
en alguna ciudad pequeña que parezca sacada de cuento.
Me rehúso a bajar.
Me rehúso a morir.
Entiérrenme acá, en las nubes donde suenan mis canciones hechas a medias,
Entiérrenme aquí, de falda, de rojo, sin pena.
Hoy no vuelvo.
Mañana quizá sí.
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